En
esta coyuntura de incertidumbre se origina en Venezuela, en 1992, la Revolución Bolivariana ,
que lleva al control del poder público a los sectores indómitos que resistían
activa o pasivamente el esquema de dominación ejercido directamente por los
miembros de los enclaves de desarrollo
secundario, agregados en la llamada “sociedad civil” e indirectamente por
la elite globalizada que domina la política internacional (unos 1.000
millones de personas, que configuran lo conocido como “economías intervinculadas”). Este movimiento expresa a lo interno
del país una aspiración del sistema político nacional de recuperación de su
equilibrio, perturbado severamente durante la década de los setenta por la
crisis petrolera internacional. Refleja el viejo dilema que mueve la historia
en el cual a la fuerza de la inercia que tiende a mantener las estructuras, se
le enfrenta el deseo de diferenciación del estado existente materializado en un
nuevo estado. En cierta forma, la dinámica generada ha permitido un renacimiento
del pensamiento humanista renovador contenido en el ideal independentista, que
está enfrentando a las fuerzas conservadoras nacionales e internacionales con
su orientación darwinista. Se
contrapone a la visión simplista de la universalización de una cultura única con la óptica compleja
del pluralismo cultural que respeta la riqueza de la variedad. En el plano
netamente estratégico la actual situación venezolana ha establecido una
relación dialéctica entre el poder concentrado en los actores políticos
dominantes y el poder difuso
distribuido en las organizaciones sociales populares, nacionales y
transnacionales. Es una interacción que se realiza dentro del marco de las ya
mencionadas “guerras de cuarta
generación”.
Esta
nueva concepción de la confrontación militar, resultado de la crisis histórica en la cual se vive,
reemplaza casi totalmente las viejas nociones de la acción bélica,
específicamente las ideas que informan sobre esta conducta en la era moderna.
En esta etapa histórica –la modernidad-
la lógica de la guerra, utilizando la máquina como herramienta fundamental para
su realización, conducía a tres categorías
de acciones: la destinada a la destrucción o neutralización de las fuerzas
militares enemigas; la ocupación del territorio del adversario; y, la acción
política de la imposición de la voluntad del vencedor sobre el vencido a través
de la capitulación. Correspondía este proceso, a una acción social en la cual
era posible diferenciar los combatientes militares de los civiles no combatientes
y el espacio del Teatro de Operaciones,
donde se realizaban los encuentros y la batalla, de los espacios dedicados a la
actividad civil. Se trataba de un juego con reglas establecidas expresadas por
el derecho a la guerra y el derecho en la guerra, integrantes del
cuerpo de normas que regulan las relaciones entre los estados y conforman el
derecho internacional público. Esas ideas fueron las que orientaron el
Pensamiento Militar venezolano, en particular, y en general la filosofía de la
guerra a escala global. Se incluía dentro de las operaciones militares tanto
las acciones llamadas convencionales como aquellas denominadas irregulares,
siempre que ellas estuviesen dirigidas contra los combatientes enemigos. Las
acciones realizadas contra objetivos civiles, constituían actos de “lessa
humanidad” y eran por lo menos objeto de sanciones morales. La Segunda Guerra
Mundial sentó el precedente de la sanción judicial a quienes aplicaban el terrorismo bélico, término con el cual
se designó los actos inhumanos realizados contra la población civil e incluso,
contra los combatientes heridos o
capturados. De manera general, aún con los horrores implícitos en el uso de la
violencia, las guerras que preceden la actual contenían elementos fundamentales
del pensamiento humanista.
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