miércoles, 1 de junio de 2016

LA CRISIS HISTÓRICA Y LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA DE VENEZUELA.

En esta coyuntura de incertidumbre se origina en Venezuela, en 1992, la Revolución Bolivariana, que lleva al control del poder público a los sectores indómitos que resistían activa o pasivamente el esquema de dominación ejercido directamente por los miembros de los enclaves de desarrollo secundario, agregados en la llamada “sociedad civil” e indirectamente por la elite globalizada que domina la política internacional (unos 1.000 millones de personas, que configuran lo conocido como “economías intervinculadas”). Este movimiento expresa a lo interno del país una aspiración del sistema político nacional de recuperación de su equilibrio, perturbado severamente durante la década de los setenta por la crisis petrolera internacional. Refleja el viejo dilema que mueve la historia en el cual a la fuerza de la inercia que tiende a mantener las estructuras, se le enfrenta el deseo de diferenciación del estado existente materializado en un nuevo estado. En cierta forma, la dinámica generada ha permitido un renacimiento del pensamiento humanista renovador contenido en el ideal independentista, que está enfrentando a las fuerzas conservadoras nacionales e internacionales con su orientación darwinista. Se contrapone a la visión simplista de la universalización de una cultura única con la óptica compleja del pluralismo cultural que respeta la riqueza de la variedad. En el plano netamente estratégico la actual situación venezolana ha establecido una relación dialéctica entre el poder concentrado en los actores políticos dominantes y el poder difuso distribuido en las organizaciones sociales populares, nacionales y transnacionales. Es una interacción que se realiza dentro del marco de las ya mencionadas “guerras de cuarta generación”.

Esta nueva concepción de la confrontación militar, resultado de la crisis histórica en la cual se vive, reemplaza casi totalmente las viejas nociones de la acción bélica, específicamente las ideas que informan sobre esta conducta en la era moderna. En esta etapa histórica –la modernidad- la lógica de la guerra, utilizando la máquina como herramienta fundamental para su realización, conducía a tres categorías de acciones: la destinada a la destrucción o neutralización de las fuerzas militares enemigas; la ocupación del territorio del adversario; y, la acción política de la imposición de la voluntad del vencedor sobre el vencido a través de la capitulación. Correspondía este proceso, a una acción social en la cual era posible diferenciar los combatientes militares de los civiles no combatientes y el espacio del Teatro de Operaciones, donde se realizaban los encuentros y la batalla, de los espacios dedicados a la actividad civil. Se trataba de un juego con reglas establecidas expresadas por el derecho a la guerra y el derecho en la guerra, integrantes del cuerpo de normas que regulan las relaciones entre los estados y conforman el derecho internacional público. Esas ideas fueron las que orientaron el Pensamiento Militar venezolano, en particular, y en general la filosofía de la guerra a escala global. Se incluía dentro de las operaciones militares tanto las acciones llamadas convencionales como aquellas denominadas irregulares, siempre que ellas estuviesen dirigidas contra los combatientes enemigos. Las acciones realizadas contra objetivos civiles, constituían actos de “lessa humanidad” y eran por lo menos objeto de sanciones morales. La Segunda Guerra Mundial sentó el precedente de la sanción judicial a quienes aplicaban el terrorismo bélico, término con el cual se designó los actos inhumanos realizados contra la población civil e incluso, contra  los combatientes heridos o capturados. De manera general, aún con los horrores implícitos en el uso de la violencia, las guerras que preceden la actual contenían elementos fundamentales del pensamiento humanista. 

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