La realidad actual del
sociosistema lo coloca en una situación que el filósofo español José Ortega y
Gasset califica como “crisis histórica”.
Es un momento en el movimiento de cambio de la humanidad en el cual los valores
y las relaciones que estos generaron pierden su significado sin que se
encuentren sustitutos que permitan delinear una nueva estructura que ordene la vida del hombre en el planeta. Como en
anteriores circunstancias han sido los avances en el campo del conocimiento,
con el correspondiente desarrollo de nuevas tecnologías, lo que perturbó
significativamente desde principios del Siglo XX, el orden mundial.
Indudablemente el desarrollo de la física quántica, que implicó la implantación
de un nuevo paradigma científico,
ocasionó una revolución de similares consecuencias a las que tuvo la revolución
científica del Renacimiento Europeo. Si éste desarrolló la mecánica con la
consiguiente aparición de las máquinas, la nueva revolución generó la
tecnología digital, la informática y la genética, que le han dado al hombre un
control casi absoluto sobre toda forma de vida. Las técnicas derivadas de estas
tecnologías han originado transformaciones profundas en la política, en la
economía, en la ética y en la religión que han desestabilizado no solamente el
sociosistema, sino también el sistema ecológico, base de la vida humana. Es tal
el desbalance que se ha producido que la brecha existente en el Siglo XVIII
entre países ricos y pobres que era equivalente a cinco veces sus ingresos,
para el año 2000 alcanzó a trescientas noventa veces. La población mundial en
el año 1800 estimada en 1.000 millones, pasó en el año 2000 a 6.000 millones. Y se
han duplicado las expectativas de vida que pasaron de treinta años para 1800, a sesenta y cinco
años para el año 2000. Desde luego, todo con un impacto negativo en los
recursos renovables y no renovables que ofrece el ecosistema.
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