jueves, 2 de junio de 2016

EL PENSAMIENTO DEL PRECURSOR.

Sin dudas le corresponde al Generalísimo Francisco de Miranda la primacía en la elaboración de la necesidad de una concepción que visualizara a las comunidades de origen hispano, asentadas en el hemisferio, como una gran nación y, al espacio que ellas ocupaban, como un gran país. No nació esta idea de las infraestructuras presentes en lo que al momento eran colonias de Madrid. Germinó de la práctica que ya se perfilaban de la lucha de las grandes potencias por el poder mundial. Una contienda de la cual él era un actor protagónico. De modo que su planteamiento estaba más relacionado con el orden mundial que con la organización del mundo iberoamericano. Cuando se lee el Acta de París (22 de Diciembre de 1797), que se anexa a este ensayo, se puede inferir de ella que la proposición que formuló ante el Primer Ministro Británico William Pitt y al Presidente Norteamericano John Adams, contenía una especulación que estaba vinculada a la búsqueda de un balance en la política internacional en el marco de una multipolaridad. Ideas por supuesto que no formaban parte del léxico político de la época y dentro de la cual la conflictividad internacional no se planteaba por el control de espacios sino por el control del mercado.
Por supuesto, no dejó a un lado el problema del orden político que se superimpondría para la estructuración de la nueva nación. Dentro de un caudal de reflexiones y documentos, contenidos en 14.740 páginas, agrupados bajo el título de “Colombeia”, el Generalísimo esbozó sus ideas sobre el Estado que jurisdiccionaría esa gran nación y su enorme territorio que abarcaba algo más del 60% de todo el espacio continental. Para una etapa de transición colocó el poder ampliamente distribuido en los cabildos y ayuntamientos que representaban las comunidades establecidas, de donde saldría los diputados a un Congreso, para que este formase un gobierno provisional (evidentemente parlamentario), que condujese a la independencia y a la libertad. Se trataba de un régimen surgido desde las propias bases sociales de la gran nación. Por supuesto, correspondía a un estado laico, donde las funciones eclesiásticas se declaraban incompatibles con las civiles y militares y en el cual los indios y la gente de color gozarían de los derechos ciudadanos, eliminando todas las consideraciones excluyentes, racistas y religiosas que caracterizaban el régimen colonial. Como punto muy importante, establecía la obligación de todos los ciudadanos de tomar las armas en defensa de la paz, acogiéndose a la idea de la movilización en masa de Carnot. Pero más significativo aún, y a tono con las actuales tendencias dominantes en el gobierno nacional, en lo que podría denominarse una especie de Código Militar, se partía de la supresión del fuero castrense para que todo soldado fuese responsable ante los ciudadanos por infracciones a las leyes. Tal código es una cuidadosa reglamentación para impedir los desmanes contra los civiles, indisciplinas y malos tratos a los prisioneros de guerra, que deben ser objeto de cuidados generosos y dignos. Se anticipaba así el “venezolano universal” a lo que más de un siglo después sería el derecho humanitario de guerra. Una práctica que maximizó el Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre y que contrasta severamente con los usos del imperio en su “estrategia de contención”.

Para la empresa de independencia solicitó un apoyo de capital bélico, constituido por: 20 navíos de línea para las fuerzas marítimas, 8.000 hombres de infantería y 2.000 de caballería, un tren completo de artillería al menos de 60 piezas de hierro bien condicionadas y cien de otras piezas tanto de artillería ligera de batallones como artillería de posición. Uniformes completos para 20.000 hombres de infantería y para 5.000 hombres de caballería con su silla de montar, 30.000 espadas para la infantería, 10.000 lanzas largas y piquetas al estilo antiguo de macedonia, de tiendas en figuras cónicas a la turca para el campamento de 30.000 hombres y 50 buenos telescopios militares. Con esos recursos planificó una campaña militar que vincularía su sueño político con la realidad concreta. Una operación consistente en una invasión a la Capitanía General de Venezuela, que consideraba como clave para el dominio de lo que llamaban “tierra firme” para identificar el subcontinente meridional. En términos simples, el concepto de la operación contemplaba un doble desembarco simultáneo: con una fuerza con base en Curazao sobre la plaza de Coro; y con otra, con base en Trinidad, invadiría o atacaría a Cumaná y a La Guaira. Caracas estaría tomada entre dos fuegos, de modo que las fuerzas defensivas de la Provincia serían neutralizadas. Desde esta Provincia de Caracas una fuerza importante iría hacia Maracaibo, Río Hacha, Santa Marta y Cartagena, cerrando la puerta marítima de Magdalena y aislando a la Nueva Granada. Pensaban en dicho plan obtener el apoyo de la flota británica para bloquear a La Habana a fin de evitar el refuerzo a las defensas de tierra firme de los españoles. De allí su proyecto militar lo llevaba a Panamá, espacio en el cual ubicaría la Capital Federal del Imperio Republicano que pensaba establecer. Como una falla no pensó en controlar a Perú y Chile donde se encontraba el corazón del imperio español en el continente. Se podía decir por ello, que tenían razón el Primer Ministro Pitt y el Presidente Adams cuando fueron precavidos frente a los planes de quien considerarían como un idealista. Ciertamente el Precursor fracasó en su intento de construir la Colombeia que estuvo en sus sueños. No tenía nociones de las distancias efectivas existentes en el vasto dominio colonial español. 

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