Sin
dudas le corresponde al Generalísimo Francisco de Miranda la primacía en la
elaboración de la necesidad de una concepción que visualizara a las comunidades
de origen hispano, asentadas en el hemisferio, como una gran nación y, al
espacio que ellas ocupaban, como un gran país. No nació esta idea de las
infraestructuras presentes en lo que al momento eran colonias de Madrid.
Germinó de la práctica que ya se perfilaban de la lucha de las grandes
potencias por el poder mundial. Una contienda de la cual él era un actor
protagónico. De modo que su planteamiento estaba más relacionado con el orden
mundial que con la organización del mundo iberoamericano. Cuando se lee el Acta
de París (22 de Diciembre de 1797), que se anexa a este ensayo, se puede
inferir de ella que la proposición que formuló ante el Primer Ministro
Británico William Pitt y al Presidente Norteamericano John Adams, contenía una
especulación que estaba vinculada a la búsqueda de un balance en la política
internacional en el marco de una multipolaridad. Ideas por supuesto que no
formaban parte del léxico político de la época y dentro de la cual la
conflictividad internacional no se planteaba por el control de espacios sino
por el control del mercado.
Por
supuesto, no dejó a un lado el problema del orden político que se
superimpondría para la estructuración de la nueva nación. Dentro de un caudal
de reflexiones y documentos, contenidos en 14.740 páginas, agrupados bajo el
título de “Colombeia”, el Generalísimo esbozó sus ideas sobre el Estado que
jurisdiccionaría esa gran nación y su enorme territorio que abarcaba algo más
del 60% de todo el espacio continental. Para una etapa de transición colocó el
poder ampliamente distribuido en los cabildos y ayuntamientos que representaban
las comunidades establecidas, de donde saldría los diputados a un Congreso,
para que este formase un gobierno provisional (evidentemente parlamentario),
que condujese a la independencia y a la libertad. Se trataba de un régimen
surgido desde las propias bases sociales de la gran nación. Por supuesto,
correspondía a un estado laico, donde las funciones eclesiásticas se declaraban
incompatibles con las civiles y militares y en el cual los indios y la gente de
color gozarían de los derechos ciudadanos, eliminando todas las consideraciones
excluyentes, racistas y religiosas que caracterizaban el régimen colonial. Como
punto muy importante, establecía la obligación de todos los ciudadanos de tomar
las armas en defensa de la paz, acogiéndose a la idea de la movilización en
masa de Carnot. Pero más significativo aún, y a tono con las actuales
tendencias dominantes en el gobierno nacional, en lo que podría denominarse una
especie de Código Militar, se partía de la supresión del fuero castrense para
que todo soldado fuese responsable ante los ciudadanos por infracciones a las
leyes. Tal código es una cuidadosa reglamentación para impedir los desmanes
contra los civiles, indisciplinas y malos tratos a los prisioneros de guerra,
que deben ser objeto de cuidados generosos y dignos. Se anticipaba así el
“venezolano universal” a lo que más de un siglo después sería el derecho
humanitario de guerra. Una práctica que maximizó el Gran Mariscal de Ayacucho
Antonio José de Sucre y que contrasta severamente con los usos del imperio en
su “estrategia de contención”.
Para
la empresa de independencia solicitó un apoyo de capital bélico, constituido
por: 20 navíos de línea para las fuerzas marítimas, 8.000 hombres de infantería
y 2.000 de caballería, un tren completo de artillería al menos de 60 piezas de
hierro bien condicionadas y cien de otras piezas tanto de artillería ligera de
batallones como artillería de posición. Uniformes completos para 20.000 hombres
de infantería y para 5.000 hombres de caballería con su silla de montar, 30.000
espadas para la infantería, 10.000 lanzas largas y piquetas al estilo antiguo
de macedonia, de tiendas en figuras cónicas a la turca para el campamento de
30.000 hombres y 50 buenos telescopios militares. Con esos recursos planificó
una campaña militar que vincularía su sueño político con la realidad concreta.
Una operación consistente en una invasión a la Capitanía General
de Venezuela, que consideraba como clave para el dominio de lo que llamaban
“tierra firme” para identificar el subcontinente meridional. En términos
simples, el concepto de la operación contemplaba un doble desembarco
simultáneo: con una fuerza con base en Curazao sobre la plaza de Coro; y con
otra, con base en Trinidad, invadiría o atacaría a Cumaná y a La Guaira. Caracas estaría
tomada entre dos fuegos, de modo que las fuerzas defensivas de la Provincia serían
neutralizadas. Desde esta Provincia de Caracas una fuerza importante iría hacia
Maracaibo, Río Hacha, Santa Marta y Cartagena, cerrando la puerta marítima de
Magdalena y aislando a la
Nueva Granada. Pensaban en dicho plan obtener el apoyo de la
flota británica para bloquear a La
Habana a fin de evitar el refuerzo a las defensas de tierra
firme de los españoles. De allí su proyecto militar lo llevaba a Panamá,
espacio en el cual ubicaría la Capital Federal del Imperio Republicano que
pensaba establecer. Como una falla no pensó en controlar a Perú y Chile donde
se encontraba el corazón del imperio español en el continente. Se podía decir
por ello, que tenían razón el Primer Ministro Pitt y el Presidente Adams cuando
fueron precavidos frente a los planes de quien considerarían como un idealista.
Ciertamente el Precursor fracasó en su intento de construir la Colombeia que estuvo en
sus sueños. No tenía nociones de las distancias efectivas existentes en el
vasto dominio colonial español.
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